último viernes #11 - agosto
Escapismo e identidades alternativas en el mundo de la música: esconderse de los demás y de uno mismo a través del personaje.
La entrega de este mes tenía que llegar tarde, casi de forma inevitable. Agosto y sus últimos días están marcados por un aluvión de festivales y conciertos en prácticamente cada punto de nuestro país y estamos todos inmersos en la ola de disfrute del final del verano, atesorando y huyendo a la vez del pellizquito por el regreso de septiembre en apenas unos días. Esta entrega, de hecho, estuvo cerca de no existir: son muchos los factores que me llevan a pensar que es el mes idóneo para la pausa, pero en esta rueda infinita del no parar de generar, me veo con la inercia de seguir escribiendo. Estas semanas pensaba mucho en un párrafo que escribió la periodista Marta Bassols en su artículo El estado del no-estar publicado en la revista La nueva carne1:
Trabajar en agosto en la ciudad es como hacerlo desde un desierto o un páramo. Se mueve solo el polvo en el asfalto y hasta podría descifrar qué me cantan los pájaros. Parece ideal para concentrarse y, sin embargo, sigue el ruido. Entra por la ventana electrónica de los dispositivos. Se escuchan chapuzones y brindis de daikiris y retazos del directo de una banda excéntrica en un festival de Europa del este en el que hay algún amigo acampando. Llegan programaciones de cine y museos a los que se debería asistir para tener una cabeza más chispeante y valiosa. Los corrillos de opinión en torno a las noticias nos engullen cuando descansamos. Hemos de comentarlos (¡qué extraño descanso!). Y lo cierto es que, tanto desde la vida cotidiana como desde paraísos lejanos, es cada vez más frecuente que no nos baste con ser o estar. Hemos de representarnos. Hacer nuestro propio ruido. No logramos vacaciones de esta empresa en la que nos vendemos a nosotros mismos. Y así, nunca estamos en lo que estamos.
Esta contribución al ruido colectivo que es este texto se ha escrito coincidiendo con otro ejemplo —este magnífico— de ruido que es el Canela Party. El que posiblemente sea el mejor festival de España se convierte en su día grande en una fiesta de disfraces masiva en la que bandas y público hacen alarde de mamarracheo y creatividad a partes iguales para lucir sus mejores disfraces y, durante unas horas, ser un poco menos uno mismo y habitar otras identidades; escapar de la empresa que somos y hacer un ruido diferente al que hacemos.
Este escapismo identitario se manifiesta también de decenas de maneras diferentes dentro del mundo de la música. Y es que, ¿hasta qué punto es posible ser un artista y no representar, aunque sea de manera involuntaria, un personaje? ¿Podemos existir social y públicamente sin representar un papel y sin vendernos, de una manera, a nosotros mismos? En el esfuerzo constante por habitar el espacio identitario, los artistas también acaban buscando una manera de escapar de sí mismos. En 2012, Mac Miller publicaba Macadelic, completando la trilogía de álbumes —junto con K.I.D.S. y Blue Slide Park— que le consagraba como figura destacada del rap estadounidense. El éxito comercial sirvió para generar una capa de ruido que nada tuvo que ver con la repercusión que obtuvo un modesto y discreto EP titulado You. Y esa era precisamente la intención. El EP, un acercamiento experimental al jazz, fue publicado por unos artistas completamente desconocidos: Larry Lovestein & The Velvet Revival. Parapetado tras una nueva y desechable identidad —solo cinco canciones se publicaron dentro del proyecto—, Mac Miller experimentaba con sonidos, texturas e identidades que le permitían buscarse a sí mismo sin la presión del ojo crítico de los miles de seguidores que no entenderían su deriva. Su breve alter ego le sirvió como refugio para probar lo que a él mismo siendo Mac Miller se le hubiera criticado. Curiosamente, este EP precede directamente al sonido que Mac perseguiría en sus álbumes posteriores, que alcanzó el desarrollo pleno en el magistral Swimming y en el álbum póstumo Circles, plagados de sonidos que provienen directamente del soul y el jazz y que consagraron a Mac Miller como figura de culto antes de su muerte.
El ejemplo de Mac, sin embargo, está lejos de ser inusual. Ya en el encore: de febrero2 os hablaba de The Coverups, el proyecto “secreto” —como el nombre del grupo ya adelanta— de Billie Joe Armstrong y Mike Dernt, de Green Day, en el que, bajo un nombre alejado de la notoriedad que tanto les pesa, se liberan de la presión de la fama para retornar a esa etapa de las bandas en las que los aforos son reducidos, las expectativas son bajas y la diversión parece ser infinita.
Para otros músicos, crear nuevas identidades artísticas sirve como forma de categorizar sonidos diferentes y atribuirlos a un catálogo de personalidades variadas. Es el caso de Kieran Hebden, más conocido por su nombre artístico Four Tet. La hiperestimulada cabeza de Hebden lleva más de veinte años componiendo, produciendo y remezclando canciones y desde hace más de una década es una figura notablemente celebrada dentro de la escena indietrónica: en los últimos años, festivales de renombre como Glastonbury, Coachella, Primavera Sound o Sónar cuentan con su nombre en el cartel de manera recurrente. Sin embargo, su nombre artístico, Four Tet, es solo una de sus identidades musicales. El artista londinense compone de manera incesante y da rienda suelta a sonidos más experimentales, coqueteando con géneros como la músicafolktrónica o el IDM —intelligent dance music—. Para Kieran, estas creaciones representan una parte diferente de sí mismo que no se engloba dentro de su identidad como Four Tet, por lo que a lo largo de los años ha creado diferentes personas artísticas con el fin de explorar diferentes texturas sonoras. Lo interesante de esto, no obstante, es que Kieran Hebden no busca reconocimiento o difusión de estas identidades: sus nombres parecen reflejar un esfuerzo deliverado por no ser memorizadas o, directamente, entendidas. Algunas de sus múltiples identidades artísticas tienen nombres como KH, 00110100 01010100, △▃△▓ o, prepárense, ⣎⡇ꉺლ༽இ•̛)ྀ◞ ༎ຶ ༽ৣৢ؞ৢ؞ؖ ꉺლ, pronunciado popularmente como wingdings, haciendo referencia a la célebre tipografía de símbolos de Microsoft. Hebden decide voluntariamente desincentivar la promoción de sus identidades: sus diferentes proyectos resultan prácticamente imposibles de localizar sin realizar una búsqueda previa y así solo llegan hasta ellos los que saben qué o cómo buscar. Cada nuevo alias compartimenta una parte de su obra artística que, aun partiendo de un núcleo común, representa a un Kieran diferente que entiende y trata su obra desde una nueva perspectiva cada vez.
Dejando atrás el juego de alias y seudónimos múltiples, los músicos han encontrado igualmente un sinfín de formas alternativas para esconderse del ojo ajeno, así como motivos para hacerlo. Uno de los ámbitos donde parece haber cobrado especial importancia es en el mundo del EDM —electronic dance music—, donde los ejemplos se cuentan por decenas. La escena de la electrónica siempre ha estado cubierta por un velo de misterio y pseudoanonimato que, asociado a la faceta nocturna y underground de la misma parecen ser el caldo de cultivo ideal para añadir un elemento extra de exotismo y, a su vez, de notoriedad. Aunque el ejemplo a seguir parece ser el de los omnipresentes Daft Punk —que tampoco fueron los primeros djs en ocultar su rostro de forma recurrente, precedidos por los británicos Altern-8, ataviados con mascarillas industriales y con trajes de protección contra productos químicos— en las últimas décadas han proliferado los ejemplos de djs que esconden su identidad tras una máscara. Ocultar la cara en el mundo de la electrónica parece haberse convertido en un requisito, en una pase de acceso a un mundo donde la apariencia parece desfigurarse y entremezclarse con la fantasía. La cara —la verdadera persona, la identidad— pierde valor en una escena donde la performance transita un camino entre lo oculto y lo visible, entre lo digital y lo offline. La periodista Kat Bein escribía en un artículo para Billboard “the irony of using a mask to remain anonymous is that the mask goes on to become instantly recognizable” —«la ironía de usar una máscara para permanecer en el anonimato es que la máscara pasa a ser inmediatamente reconocible»—. Entended que no entre en detalles sobre esta interminable lista de djs enmascarados, pero sirva la misma como demostración de la proliferación del concepto: Bloody Beetroots, deadmau5, Marshmello son algunos de los ejemplos más claramente conocidos, pero la lista continúa con figuras SBTRKT, Plugsy —un dj con máscara de enchufe británico—, el dúo SHXCXCHCXSH3, Danger, Cazzette, los irremediables 2 Faced Funks, Mike Candys, Claptone, el misterioso Malaa —que jamás habla por el micrófono, no acude a reuniones y no concede entrevistas— o el personaje entrañable de Pop Coorn. El namedropping podría continuar varias líneas más, pero creo que se capta el concepto.







Otro género donde las máscaras parecen ser lugar común es en el metal y sus infinitos subgéneros. Más allá del encanto de la sorpresa inicial que suscita una banda enmascarada, aquí los motivos se alinean con el sonido, la estética y las temáticas comunes del género. La identidad artística pasa a tener un nuevo fin añadido: infundir terror, asco o curiosidad en el espectador. Romper en cierta medida con lo correcto y lo cómodo. Aquí el mensaje no es solo un «no quiero revelar quién soy porque prefiero el anonimato», sino también un «esta identidad me permite ser lo que la sociedad no me deja ser». La tendencia que surgió con bandas como Gwar —vestidos de bárbaros intergalácticos dignos de una partida de Warhammer— o Mushroomhead se popularizó con los enmascarados y celebérrimos Slipknot; sin embargo, parece estar viviendo un auge repentino a raíz del éxito masivo de la banda sueca Ghost: todo un despliegue de teatro, mercadotecnia y satanismo pop que ha llevado a la banda a ganar un Grammy y a conformar un éxito sin precedentes en ventas y una de las revelaciones de esta década. Su líder, el cantante Tobias Forge, representa el rol del Papa Emeritus —a lo largo de múltiples iteraciones del mismo personaje, actualmente en su etapa de Papa Emeritus IV— y recurre constantemente al imaginario del catolicismo para sus atuendos, sus canciones y sus actuaciones. Una especie de superventas que juega a transgredir y a vender una visión edulcorada de un cierto satanismo que aún puede ser digerido con facilidad por las masas. A su vez, en los últimos años un sinfín de bandas como Slaughter to Prevail, los portugueses Gaerea, el dúo experimental Bone Cult o los recientísimos Swollen Teeth han alcanzado la fama sin mostrar su rostro. O mejor dicho, mostrando el rostro que les representa mejor, sin importar que no sea el real.





Las formas y los motivos de esconderse en el mundo de la música conforman una lista tan larga como podría serlo esta entrega. A veces, solo queremos renunciar al yo individual para pasar a ser un yo colectivo uniforme, donde muchos individuos se esconden formando una identidad grupal, como lo hacen los Blue Man Group. Otras veces, queremos romper con lo que todo el mundo espera de nosotros y volver a empezar, con todo lo que sabemos, desde el anonimato, como hizo un Damon Albarn cansado de los debates en torno a Blur cuando decidió crear la banda virtual Gorillaz. En otras ocasiones, nos escondemos sin querer hacer ruido, sin querer llamar la atención, dentro de un mar de desconocidos, como lo hacen los productores de lo-fi; figuras online prácticamente anónimas cuyos contenidos se integran en una nube de playlists. Cuando miles de seguidores de una de las figuras más destacadas del género, shiloh dinasty, emplearon semanas rastreando cada rincón de la red para intentar revelar la verdadera identidad tras su música, esta publicó un EP con un título a modo de guiño que casi parecía querer cerrar aquella búsqueda: I’m not a look, I’m a feeling. Shiloh demostraba así el viejo problema de que cuando uno apunta a la Luna, los demás se fijan en el dedo. El peso de la identidad parece ser inseparable de la obra, aun cuando la identidad artística nace con el fin de ser oculta, para servir de barrera de un mundo ante el que no nos queremos exponer. Al final, quizá la pregunta que debemos hacernos sea cuánto de nosotros hay en el personaje que decidimos representar y cuánto del personaje que hemos elegido ha pasado a ser realmente, quizá de forma involuntaria, parte de lo que verdaderamente somos.4
Este mes es el primer mes desde que comencé a escribir la sección de encore: en que no voy a incluirla en la entrega del mes. El motivo es que, comenzando en este mes de agosto que ya se acaba, voy a separar el texto del encore: del texto principal y enviarlo en dos fechas diferentes: el artículo principal seguirá llegando el último viernes de cada mes y el encore: llegará dos semanas después. Los motivos son muchos, pero se resumen en dos: poner en valor los textos de la sección al dedicarles un espacio aparte y, sobre todo, no plantar otro texto de mil palabras después de una entrega como esta, con 2200 palabras. Eso significa que, quizá negativamente para vosotros, a partir de ahora recibiréis dos correos al mes. Espero que no os suponga un gran inconveniente y que sigáis conmigo muchos meses más. Como decía la canción: Check Your Mail When September Ends, o un día antes.
Bassols, Marta. (2019). El estado del no-estar. La Nueva Carne, 1, 92 – 104.
SHXCXCHCXSH son otros firmes defensores de la imposibilidad de ser encontrados: con un álbum titulado SsSsSsSsSsSsSsSsSsSsSsSsSsSsSs y cubiertos con túnicas para no ser reconocidos, decidieron rizar el rizo aún más publicando un álbum titulado AÅÄ bajo el nombre artístico HSXCHCXCXHS. Sí, es su nombre original invertido.
Me dejo, con todo el dolor de mi corazón, decenas de músicos en el tintero de esta entrega. Ojalá tener tiempo y espacio para hablar de iconos como Orville Peck, Jonathan Bree, MF Doom, Buckethead, la escena bugaloo, el mundo de los VOCALOID y un sinfín más de historias. Me las guardo para dedicarles el tiempo que se merecen en futuras entregas, prometido.