El génesis según Daniela Andrade
génesis
Del lat. genĕsis, y este del gr. γένεσις génesis.
1. f. Origen o principio de algo.
2. f. Serie encadenada de hechos y de causas que conducen a un resultado.
Hay una idea que me persigue desde hace mucho tiempo y en la que no puedo dejar de pensar: hay gente que nos conoce en un momento concreto de nuestra vida, crea una imagen específica de quiénes somos y, al separarse los caminos, nunca actualiza esa idea, manteniendo viva una versión de nuestro yo que es propensa a desaparecer. A una persona como yo, firmemente convencida de que el único sentido de existir es ser mejor que la versión de ti mismo que te precede, le aterra la idea de que quizá mi versión de 2019, de 2016 o de 2011, la que muchas personas pueden tener en su mente, no sea la versión de mí mismo de la que más orgulloso estoy. Y no necesariamente por haber cambiado, sino porque con el tiempo aprendemos a construirnos, y los rasgos que configuran quiénes somos pasan a ser raíces firmes que reconocemos y aceptamos, mientras que en el pasado las improvisábamos sobre la marcha, en una especie de proceso de ensayo y error personal. No siempre nos reconstruimos desde cero; a veces, como los incontables hoteles que se construyen en cascarones de edificios históricos, decidimos reutilizar materiales de lo que ya éramos para intentar construir nuestro yo actual, manteniendo una apariencia similar.
Esto, por supuesto, también se traslada a la música. Y explica muy bien la historia de Daniela Andrade.

Es más que posible que en algún momento de tu vida hayas escuchado la música de Daniela Andrade y no hayas sido consciente de ello. Sus versiones llevan más de una década dando la vuelta al mundo: las puedes encontrar tanto en el lounge bar o el specialty coffee shop de moda como en la banda sonora de series como Suits o The Umbrella Academy. La fórmula del éxito de sus covers es sencilla: una voz pulcra, suave e íntima acompañada de poca instrumentación —a menudo una única guitarra acústica— que desmontan pieza a pieza canciones que Daniela convierte en suyas, a menudo creando nuevas perspectivas que reinventan nuestra postura frente a lo que creíamos conocer de la canción. Sus vídeos, normalmente grabados en tonos estériles e inmaculados, circularon por Youtube especialmente entre 2012 y 2015, y hoy en día su canal amasa casi dos millones de suscriptores y más de 350 millones de reproducciones.
Podría decirse, para aquellos que descubrieron a esa Daniela Andrade, que la cantante había alcanzado el éxito. Sin embargo, como explicaba al inicio de esta entrega, ese retrato de Daniela —esa imagen pulcra, delicada, inocente— queda ya incompleto. Y eso no necesariamente lo hace erróneo: a veces nuestro futuro se abre ante nosotros como una bifurcación y nuestra vida, sin inmutarse, sigue recorriendo ambos caminos. Seguimos existiendo en dos planos simultáneos. Nuestro yo del pasado sigue vivo a la par que construimos nuestro yo del presente.
Entre los dos caminos de esa bifurcación se encuentra Daniela Andrade. Nacida en Cánada e hija de trabajadores inmigrantes hondureños, crece en un entorno marcado, entre otros factores, por su identidad como latina en un país ajeno y la presencia constante de la religión en su vida familiar. La pulcritud y virginalidad de sus primeras versiones no son fruto de la casualidad: son el resultado directo de crecer en un entorno en el que la música se consideraba una herramienta para acercar la palabra de Dios y todo lo que saliera de ese cerco era potencialmente peligroso. Sin embargo, en su adolescencia, al observar a otras estrellas latinas como Jennifer Lopez o Shakira —junto a quien acabó grabando una cover de Hips Don't Lie—, Daniela se cuestionaba hasta qué punto su identidad latina se debía apoyar en la modestia y la religiosidad en lugar de en la sexualidad y la fuerza que otras mujeres latinas representaban.
En una entrevista para la emisora de radio canadiense CBC hace tres años, Andrade hablaba de ese debate interno:
"I just felt like I had to choose… Either I'm this super-conservative woman that dresses a kind of way and represents herself a kind of way. Or if I want to choose music, which is secular, then am I the other side of the spectrum?"
«Sentía como si tuviera que elegir...o bien soy una mujer superconservadora que viste de una cierta manera y que se muestra de una cierta manera. Si quiero elegir [la vía de] la música, al no ser religiosa, ¿eso supone colocarme en el otro lado del espectro?»
Este cóctel de ideas acerca de la religiosidad, la identidad, la feminidad y el autoconocimiento dio fruto a una serie de canciones propias que desembocan en una de las piedras angulares de la carrera de Andrade: Genesis, un single que desde su título nos abre el camino a una Daniela Andrade más experimental en lo musical y más introspectiva en la letra. El "first I gotta let go of the things I tried to be" —primero debo dejar ir aquellas cosas que traté de ser— del estribillo nos abre una ventana —pequeña e íntima— a un proceso de creación y reconstrucción; a un génesis personal en el que ese sentimiento de identidad se va desarrollando ante nuestros oídos.
Este renacer nos lleva hasta Tamale, un álbum en el que Andrade reflexiona sobre su identidad como latina —en pistas como Tamale o Gallo Pinto— y su sexualidad —Wet Dreams, Ayayai, Lost in Translation—, distanciándose así de la versión de sí misma que durante años dejó ver en sus vídeos y mostrándonos la verdadera conclusión acerca de lo que debe ser un proceso de reconstrucción: reconstruirnos no implica rediseñarnos; a veces basta con descomponernos en piezas más pequeñas, evaluar cuáles componen nuestra verdadera identidad y reforzarlas desde la autocomprensión y el respeto a uno mismo. Daniela nunca ha dejado de ser una mujer latina: lo era en su infancia y lo es ahora. Pero ahora abraza esa identidad, reflexiona sobre ella en voz alta y nos enseña qué hay debajo de esas vendas. En este álbum escuchamos letras en español y en inglés, intercaladas sutilmente como sólo podría ocurrir en la mente de alguien que creció en un entorno social y familiar que no hablaban la misma lengua y que, por ello, en ocasiones no se entendían. El epítome de este homenaje a la identidad es el vídeo de Gallo Pinto: una suerte de cortometraje dirigido por Jeremy Comte que nos desgrana de manera íntima la lucha de los trabajadores inmigrantes, el sacrificio de la familia, las llamadas a larga distancia y la infancia como minoría.
Esta evolución continúa en el excelente EP Nothing Much Has Changed, I Don’t Feel The Same, escrito y publicado durante el confinamiento y con una duración de 11 minutos y 11 segundos. Si en Tamale Andrade reflexionaba de cara al mundo sobre su identidad, en este EP nos encontramos los efectos de la pandemia y el aislamiento como carta de presentación. Soledad, desasosiego, deseo; las seis pistas reflejan la necesidad de conectar, de sentir, de tocar. El éxito del EP fue Puddles, pero K.L.F.G. es la auténtica joya de la corona: una canción de apenas dos minutos de duración que describe con maestría esa dualidad tan presente hoy en día de sad but horny y que con una combinación de sintetizadores, ruido y voz suave a la par que hipnótica nos llevan a la raíz más profunda de nuestro deseo.
La música de Daniela Andrade siempre vuelve a mí, periódicamente, como esas personas que orbitan en torno a nosotros y que hacen su parada para repostar en nuestra vida cada cierto tiempo, antes de volver a partir. A veces, la historia que descubrimos debajo de la versión que vemos normalmente hace que todo se vuelva más interesante. Daniela Andrade seguirá siendo, para muchas personas, aquella cantante de versiones de voz bonita e hipnótica cuyas canciones habitan en las listas de reproducción de hits acústicos. Sin embargo, cuando nos atrevemos a ir más allá, descubrimos una historia de identidad que nos enseña que siempre es el momento adecuado para elegir quién queremos ser y qué versión de nuestro yo queremos que permanezca en el recuerdo de aquellos con quienes nuestros caminos se cruzan.

Hablando de versiones, no seré yo quien abra el melón acerca de los grupos de covers y las bandas tributo. Personalmente nunca me ha atraído la idea más allá de maravillarme ante el ingenio de los nombres que eligen algunas de estas bandas —los Chili Pepes, Linkoln Park, los Ramoñas…—, pero es innegable que tienen su público y que en ocasiones sorprenden por lo bien que suenan.
Imagina que, un viernes cualquiera como hoy, te lían para ir a ver a un grupo de versiones en una sala de conciertos cualquiera. Aceptas porque ver música en directo y poder beber algo con amigos tiende a ser mejor que yacer en casa. El grupo sube al escenario y una versión de los Plimsouls empieza a sonar. Te sorprende que suene tan bien. Al mirar al escenario te preguntas cuántas cervezas han caído en la previa, porque el cantante se te empieza a parecer mucho a Billie Joe Armstrong. “¿Oye, no tiene toda la cara del cantante de Green Day?”, le dices a tu amiga. “Pues ahora que lo dices…”, te contesta. Y resulta que tenéis razón. Canción tras canción, Billie Joe Armstrong y Mike Dirnt, cantante y bajista de Green Day respectivamente, se pulen un setlist espectacular de versiones acompañados por otros muchos músicos, para sorpresa e incredulidad del público, que sin saberlo acaba de asistir a un concierto de The Coverups, el proyecto paralelo de estos músicos. Nacido como una vía de escape ante la presión de las giras y los focos, The Coverups se caracterizan por conciertos sueltos en salas pequeñas, en muchas ocasiones incluso sin anunciar, en los que se divierten mientras versionan lo más variado de la historia del rock, el punk y el pop. Y no, no versionan a Green Day.
Me gusta pensar que si fuera un músico de éxito —tremenda premisa inicial— tendría proyectos paralelos sin expectativas, por diversión. Contar con miles de seguidores y aparecer por sorpresa como frontman en un grupo de versiones en una pequeña sala de conciertos en California debe reavivar la llama de la ilusión, la alegría y, por qué no, la felicidad. Y si no nos mueve la voluntad de sentir, ¿qué nos va a mover entonces?